“Todo ocurre para bien de los que aman a Dios” (Rm 8,28)
Del Evangelio según San Mateo 6, 25-34.
Yo os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas?
Por lo demás, ¿quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un solo codo a la medida de su vida? Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe?
No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos? Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura.
Así que no os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal.
La palabra de Dios es anímante
Delante el Santísimo Sacramento, el Amor de los amores, llenos de fe vamos a hacer nuestra meditación sobre la Providencia divina. Hoy muchas personas están haciendo un análisis trágico, pesimista y catastrófico de lo que está pasando en el mundo, que hoy se ve sumido en un profundo dolor por la epidemia del coronavirus que ya ha causado miles de muertos. Nosotros, queridos hermanos, somos creyentes, tenemos que dejarnos guiar por la Palabra de Dios que alimenta nuestra fe.
El primer punto que quisiera remarcar es que hay que dejar de lado supuestas revelaciones, supuestas profecías, de que ya está por venir “el fin del mundo”. Hay que ir a lo que para nosotros es la base: la Palabra de Dios. En Mc 13,32 Jesús dice que el día del fin del mundo nadie lo sabe. Y en Hch 1,7, el Señor con claridad indica que no nos toca a nosotros conocer la fecha de su retorno.
He escogido al inicio de la meditación un texto bíblico que se llama la “Carta Magna de la Providencia Divina” y que está en el Evangelio según San Mateo 6,25-32. Son las palabras de Jesús sobre la providencia. ¿Le creemos a Jesús? ¿Estamos convencidos de que Jesús no miente?
En este pasaje, Jesús nos habla de un Padre providente. Jesús nos está diciendo que de toda la creación visible, el hombre es lo más importante. Nosotros valemos más que las flores y que los pajaritos. Y Jesús nos pide un abandono filial en la providencia de nuestro Padre celestial. En realidad, toda la Biblia nos habla de un Dios providente. Un Dios que cuida a los hombres y que exige de nosotros nuestra confianza. Por eso, en estos momentos de epidemia, momentos ciertamente de sufrimiento, de tristeza y desconcierto, nosotros tenemos que dejarnos iluminar por nuestra fe. Aquí hay dos alternativas: “Creemos” o “No creemos” en un Dios providente. Jesús nos pide confiar en la Divina Providencia.
¿Qué es la providencia?
La palabra providencia viene de dos palabras latinas: “pro”, que significa “antes” y “videre”, que significa “ver”. Dios es providente porque Dios “ve” toda la realidad, pero si la ve es para cuidarla. La providencia divina es el cuidado amoroso de Dios con relación a su creación, y sabemos que de toda la creación visible lo más importante son los hombres (cf. Gn 1,31).
Cuando nosotros en el Credo decimos “Creo en Dios Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra”, lo que estamos afirmando es que creemos en un Dios que lo ha creado todo y que es un Padre que nos cuida. La Biblia nos invita a profundizar en la providencia divina. Dice Hechos 17, 28, “En Dios vivimos, nos movemos, existimos”.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice con claridad en el número 301 que: “Realizada la creación, Dios no abandona su criatura a ella misma. No sólo le da el ser y el existir, sino que la mantiene a cada instante en el ser, le da el obrar y la lleva a su término. Reconocer esta dependencia completa con respecto al Creador es fuente de sabiduría y de libertad, de gozo y de confianza:”.
Queridos hermanos, delante de Jesús Eucaristía, reafirmemos nuestra fe en ese Dios providente. Ese Dios que no abandona a sus criaturas, por eso, dice el Salmo 27[26],10: “Aunque mi padre y mi madre me abandonan tú no me abandonaras”. Jesús nos habla de un Dios que es Padre y que pase lo que pase no nos abandona. Estos días tenemos que hacer muchos actos de abandono en Dios Padre en el nombre de Jesús, con la fuerza vivificante del Espíritu Santo.
Una oración hermosa es la de Charles de Foucauld (†1916) que dice así: “Padre mío, me abandono a Ti. Haz de mí lo que quieras. Lo que hagas de mí te lo agradezco, estoy dispuesto a todo, lo acepto todo. Con tal que tu voluntad se haga en mí y en todas tus criaturas, no deseo nada más, Dios mío. Pongo mi vida en tus manos. Te la doy, Dios mío, con todo el amor de mi corazón, porque te amo, y porque para mí amarte es darme, entregarme en tus manos sin medida, con infinita confianza, porque Tú eres mi Padre. Amén”.
¿Por qué el mal?
Hemos dicho que Dios es providente, Dios lo ve todo, Dios lo cuida todo. Entonces ¿por qué el mal? ¿Por qué esta epidemia? ¿Por qué este sufrimiento? Estamos en lo que se llama “el misterio del mal”. Pero hay que diferenciar el “mal físico” del “mal moral”.
Empecemos por explicar lo que es el “mal físico”. ¿Qué es un mal físico? Es la carencia de algo que debemos tener. Es el caso, por ejemplo, de la enfermedad, debemos estar sanos, pero estamos enfermos, se trata por tanto de un “mal físico”. Ante el “mal físico”, el Señor nos ha marcado el camino: la caridad con el que sufre. La respuesta ante el mal físico, es la práctica de la misericordia. Y una obra de misericordia es atender a los enfermos. En el enfermo hay una presencia de Cristo. Decía San Camilo de Lelis (†1614) que “los enfermos son la pupila de Dios”.
El “mal físico” no es lo peor, lo peor es el “mal moral”. ¿Qué es el mal moral? Es el pecado. El pecado es el verdadero mal. Es la causa y raíz de todos los males. Más aún, por el pecado entró el mal físico. Una vez que nuestros primeros padres pecaron, vino el dolor, la enfermedad y la muerte (cf. Gn 3,19). En la carta a los Romanos, San Pablo dice que “por un hombre entró el pecado, y por el pecado la muerte y la muerte alcanzó a todos porque todos hemos pecado” (Rm 5,12). El libro de la Sabiduría 2,24 por su parte afirma que “por envidia del diablo entró la muerte en el mundo”.
Queridos hermanos, esta epidemia es “un mal físico” no es un “mal moral”. Está claro que nos hace sufrir, que no queremos que se muera más gente, está claro que debemos poner todos los medios para erradicar esta pandemia. En este sentido, todos estamos llamados a colaborar cumpliendo las normas de salud, cuidando a los enfermos, apoyando a las autoridades, cuidándonos los unos a los otros para no contagiarnos. Esta epidemia que es un “mal físico” tiene que ser ocasión para ser más solidarios, rezar más, preocuparnos más del otro. Pero, y esto es lo que quiero remarcar, no olvidemos que el peor mal es el “mal moral”, el pecado. El Catecismo de la Iglesia Católica en el número 311 dice que “el mal moral es incomparablemente más grave que el mal físico”.
El pecado es el verdadero mal porque ha costado la sangre de Cristo (cf. 1P 1,18-19). Que esta epidemia no nos desvíe de esta verdad. Por un lado, esforcémonos todos por erradicar la epidemia del coronavirus, por otro lado, no perdamos de vista que peor que un millón de epidemias es el pecado, peor que un millón de terremotos es el pecado, peor que un millón de tsunamis es el pecado.
El coronavirus ha traído una sensibilidad especial, nos estamos mostrando más solidarios, pero pidamos delante del Santísimo que haya más sensibilidad contra el pecado, el mal verdadero. ¿Cuántos abortos se cometen cada día? El virus ha matado ya a más de 16 mil personas y todos estamos adoloridos con esas muertes, pero quién llora los millones de abortos que se cometen cada año. Se calcula que hay 45 millones de abortos al año. Así como lloramos a los muertos por el coronavirus tenemos que llorar por los niños abortados. Tenemos que llorar por los niños que mueren de hambre. ¡Cada día hay 18,000 niños que mueren de hambre! Tenemos que llorar por los ancianos a quienes se les aplica la eutanasia en algunos países.
¿Qué es lo esencial en tiempo de males físicos?
En tiempos de males físicos, como la epidemia, lo importante es estar en “gracia de Dios”. Pase lo que pase, si estamos en gracia, estamos bien. Pase lo que pase, terremotos, epidemias, pestes, pase lo que pase, con Jesús estamos bien. Creer en un Dios providente es creer que el verdadero mal es el pecado y que, por lo tanto, el “mal físico”, si estamos en gracia, no nos quita el cielo, nuestra Patria eterna (cf. Flp 3,20).
Los males físicos sirven para nuestra purificación, para asumirlos y unirnos a la Cruz Redentora de Cristo. San Pablo, en Col 1,24, dice “completo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo por su cuerpo que es la Iglesia”.
En la vida de San Luis Gonzaga se relata que siendo niño estaba jugando con sus compañeros, y se les acercó un sacerdote para decirles: “Si en cinco minutos se mueren qué harían”, todos los niños, menos San Luis Gonzaga, dijeron: “Nos iríamos a confesar”, pero San Luis Gonzaga dijo: “Yo seguiría jugando porque estoy en gracia de Dios”. Por cierto, San Luis Gonzaga murió el año 1591 a los 23 años porque vivió la caridad en grado heroico. En efecto, atendiendo a los enfermos de la peste que se desató en Roma se contagió y murió.
Queridos hermanos, el bien superior a la vida terrena es el cielo, que lo alcanzamos viviendo en gracia de Dios. San Pablo lo dice en Flp 3,8: “Todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo”.
Aprendamos de los Santos a confiar en la providencia, no estemos desquiciados por supuestas revelaciones de catástrofes.
Los santos se han dejado guiar por la Palabra de Dios. Santa Catalina de Siena (†1380), Doctora de la Iglesia decía a los que se escandalizan y se rebelan por lo que les sucede: “Todo procede del amor, todo está ordenado a la salvación del hombre, Dios no hace nada que no sea con este fin” (Diálogos 4,138). Y Santo Tomás Moro (†1535), poco antes de su martirio, consuela a su hija así: “Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que El quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor” (Carta)”.
Dios saca bienes de los males
El Dios providente saca bienes de los males. Forma parte de la Providencia traer bendiciones, de un mal. Dios lo puede hacer. San Pablo en Rm 8,28 dice que “todo ocurre para bien de los que aman a Dios”. ¿Qué bien está sacando Dios providente de esta epidemia? Quisiera que delante del Santísimos nos fijásemos en algunos bienes que son providenciales:
Valorar la vida familiar. Estos días la Providencia nos está invitando a valorar la vida de la familia, aprovechemos estos días para fortalecer los lazos familiares, no son días para “soportarnos” son días para dialogar, son días para vernos los rostros, son días para pasarla bien en familia, son días para orar en familia. La familia es guardería, es escuela, es hospital y es asilo. Dos palabras para ser vividas por nuestras familias en estos días: oración y diálogo.
La solidaridad. Estos días la Providencia divina ha hecho que la gente en cierta manera vea la necesidad de ser más solidaria, cómo no reconocer la labor de los médicos, enfermeros, enfermeras, soldados, policías etc. valoremos esa virtud, pero que esto sirva para que mejoremos como país, que los gestos de solidaridad de estos días no sean “flor de un día”, una golondrina no hace el verano, sería hermoso que cuando pase la epidemia seamos más solidarios, nos cuidemos mejor, nos tratemos como verdaderos hermanos.
La conversión. Muchas personas ante este “mal físico” que es la epidemia, han comenzado a rezar otra vez, han vuelto a Dios. Pues el Señor se sirve de todo para atraernos, así como el imán atrae el hierro así nos atrae el Señor (cf. Os 11,4). Recemos de manera especial por todos aquellos que han vivido alejados de Dios pero que estos días están queriendo tener una verdadera conversión.
María, Nuestra Señora de la Providencia
¡Cómo no hablar de la Virgen cuando mencionamos la Providencia de Dios! Ella es la Mamá. La Iglesia es una familia, y en una familia, la Mamá está en el cuidado de los pequeños detalles. María nos cuida. Ella es Abogada, Refugio, Consoladora y Auxilio Nuestro. En los momentos de pestes, terremotos, guerras, el pueblo de Dios siempre ha acudido como un niño pequeño a refugiarse en los brazos maternales de la Madre de Dios.
La Virgen es Madre de la Iglesia. Ella no nos deja. La Iglesia no es un orfanato dice el papa Francisco pues tenemos a María. Estos días unámonos con más piedad rezando el Santo Rosario, la dulce cadena que nos une al cielo, y de la mano de la Santísima Virgen María, vamos a experimentar esa protección que solo las madres saben dar.
Una jaculatoria a la que nuestra Madre responde de manera especial, en momentos de dificultad como los que estamos viviendo, es la que recomendaba Don Bosco: María Auxiliadora, Ruega por nosotros. En verdad, nos quedaremos sorprendidos cuando, Dios mediante, en el cielo conoceremos todo lo que María Auxiliadora ha hecho por nosotros aquí en la tierra. Hoy nos unimos en oración y de la mano de la Santísima Virgen María le decimos a Jesús Eucaristía: “Señor, líbranos de todo mal”.
Letanías a la providencia divina
Señor, ten piedad de nosotros; Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, ten piedad de nosotros; Cristo, ten piedad de nosotros.
Señor, ten piedad de nosotros; Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, óyenos; Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos, Cristo escúchanos.
Dios, Padre celestial, Ten piedad de nosotros.
Dios, Hijo Redentor del mundo, Ten piedad de nosotros.
Dios, Espíritu Santo, Ten piedad….
Trinidad Santa, Un solo Dios, Ten piedad…..
Dios, en quien vivimos, nos movemos y somos,….
Tú, que creaste el cielo, la tierra y el mar,….
Tú, que creaste las cosas según su medida, número y peso,…..
Tú, que equilibraste los cielos con tu mano y señalaste sus límites al mar,…
Tú, que lo diriges todo según el designio de tu voluntad,….
Tú, Dios omnipotente y sapientísimo,…
Tú, que abres tu mano y colmas de bendiciones a todos los vivientes,….
Tú, que haces salir el sol sobre los justos y pecadores,….
Tú, que alimentas las aves del cielo y vistes los lirios del campo,…
Tú, Dios lleno de bondad y de misericordia,…
Tú, que diriges todo al bien de los que te aman,…
Tú, que envías la tribulación para probarnos y perfeccionarnos,…
Tú, que sanas a los heridos y levantas a los abatidos del corazón,….
Tú, que premias con alegría eterna la paciencia cristiana,….
Padre de bondad y Dios de todo consuelo, Ten piedad de nosotros.
Senos propicio Perdónanos, Jesús.
Senos propicio Escúchanos, Jesús.
De todo mal, Líbranos, Jesús.
De todo pecado, Líbranos, Jesús.
De tu ira, Líbranos….
De la peste, el hambre y la guerra, Líbranos….
Del rayo y de la tempestad,…
Del granizo, de la lluvia y de la sequía destructores,….
De la pérdida de las cosechas y de la carestía,….
De toda desconfianza en tu divina Providencia,….
De la murmuración y quejas contra tus santas disposiciones,….
Del desánimo y la impaciencia,….
De la excesiva preocupación de las cosas temporales,….
Del abuso de tus gracias y beneficios,…..
De la insensibilidad para con el prójimo,…..
En el día del juicio, Líbranos, Jesús.
Nosotros, pecadores, Te rogamos, óyenos.
Que siempre confiemos en tu divina Providencia, Te rogamos, óyenos.
Que no seamos arrogantes en la buena fortuna, ni desalentados en la calamidad, Te rogamos….
Que nos sometamos filialmente a todas tus disposiciones,…..
Que alabemos tu Nombre cuando quieras darnos algo o cuando quieras quitárnoslo,…..
Que nos des lo necesario para la conservación de nuestra vida,….
Que te dignes bendecir nuestros esfuerzos y trabajos,….
Que te dignes darnos fortaleza y paciencia en todas las adversidades,….
Que te dignes conducirnos por la tribulación a la enmienda,….
Que te dignes concedernos la alegría eterna por los padecimientos temporales, Te rogamos, óyenos
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, Perdónanos, Jesús.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, Óyenos, Jesús.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, Ten misericordia de nosotros Jesús.
Oración
Omnipotente y sempiterno Dios que nos has concedido a tus siervos el don de conocer la gloria de la eterna Trinidad en la confesión de la verdadera fe, y la de adorar la unidad en el poder de tu majestad; te rogamos que por la firmeza de esta misma fe, nos libres siempre de todas las adversidades. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.
P. Carlos Rosell De Almeida