A la petición de encerrar a un posible espía del gobierno en su contra, Tomás Moro responde:
-Sería libre de irse, aunque fuera el diablo en persona, hasta que violara la ley.
Rupert, indignado por semejante respuesta, le increpa:
-Con que darías al diablo el beneficio de la ley.
Tomás Moro, sobreponiéndose, afirma:
-Sí. ¿Tú que harías? ¿Dar un rodeo alrededor de la ley para coger al diablo?
Rupert responde:
-Sí. Me saltaría todas las leyes de Inglaterra para hacerlo.
A lo que categóricamente reacciona Tomás Moro diciendo:
-Ya. Y cuando te hubieses saltado la última ley, y el diablo se volviera contra ti, dónde te esconderías si las leyes no importan. Este país está lleno de muchas leyes, de costa a costa, leyes humanas, no divinas, si te las saltaras, y eres muy capaz de hacerlo, crees que podrías resistir impasiblemente los vientos que se levantarían. Sí. Yo concedería al diablo el beneficio de la ley por mi propia seguridad.
El pasado lunes 22 recordamos la memoria de santo Tomás Moro. Podemos revisar sus datos biográficos en el portal laico Wikipedia[1]. Nos ayudará mucho conocer al santo patrón de los políticos, a quien debemos acudir para pedir ayuda, especialmente por las difíciles circunstancias que vivimos en todos los ámbitos de la vida: son tiempos de Pandemia.
Comencé el presente artículo recordando un diálogo de la película “Un hombre para la eternidad” (A man for all seasons – 1966), sobre Tomás Moro y su martirio. Se las recomiendo.
Tomás Moro fue un hombre de leyes, político, servidor del rey Enrique VIII. ¿Su particularidad? No participó del proyecto del rey quien, para justificar su segundo matrimonio, rompió la comunión con el Papa, y obligó a sus súbditos a firmar el Acta de supremacía, en la que se reconoce al rey de Inglaterra como la máxima autoridad religiosa del reino inglés.
Tomás Moro gozaba de buena fama, era un político reconocido, íntegro, y sobre todo un católico ferviente. De allí que el rey deseaba su aprobación, resultaba buena prensa para su causa. No pudo con Tomás Moro, quien entendió que su servicio al rey no puede ni debe ir contra Dios. Renunció al cargo de Canciller, el máximo puesto civil de la corte. Se negó a firmar el Acta de supremacía, en la que se castigaba con la ejecución a quienes no la suscribieran. Las sucesivas negaciones de Tomás Moro consiguieron convertir la convenida confianza del rey en resentimiento irreversible.
Por eso, Enrique VIII volcó su poder en contra de Tomás Moro, quiso presionarlo, persuadirlo, y conminarlo a aceptar sus propuestas. Y allí se ve la fortaleza de los que han construido su vida sobre la roca de Cristo. Allí está la libertad gloriosa de los hijos de Dios, porque Tomás Moro no cedió en ninguna forma al abuso de la autoridad civil, quien no se detuvo hasta la condena a muerte mediante un juicio apresurado.
En el ejemplo de Tomás Moro podemos reconocer, no sólo a quien vive su fe hasta las últimas consecuencias, sino también al buen laico que vive la fe como principal motivación en el ejercicio de su profesión y su servicio a la sociedad. Su aporte a la sociedad no se redujo a las gestiones como hombre de estado, sino también a las convicciones personales que le definen como un hombre de bien. Al final, el reino de Inglaterra perdió a un gigante de la historia universal por el vicio político, que agrede la intimidad de la conciencia y posterga el respeto verdadero por las personas.
En el diálogo de la película aludida, el santo defiende el respeto a la ley porque es una forma de respetar a los demás. Las leyes de una sociedad no son para perseguir enemigos, sino para conjugar las libertades de los individuos salvaguardando el respeto de todos y de cada uno. Por tanto, el juicio sobre las personas no debe quedar fuera de la ley, a merced del arbitrio popular. Respetar las leyes, es respetar a los demás. La sana política requiere el honesto desempeño de las autoridades civiles y también el buen ejemplo de los ciudadanos. Es decir, si procuramos el respeto a los demás podemos pedir respeto también para nosotros mismos. Por eso no debemos quedarnos a distancia, como si estuviésemos en un balcón, cuando las leyes son conculcadas en contra de un desconocido, simplemente porque no nos afecta, o porque no es de nuestra simpatía. Es ingenuo, ya que, cuando se abuse de la ley en nuestra contra, no tendremos cómo defendernos. Dar al diablo el beneficio de la ley, no por el diablo, sino por la ley. Y para eso las convicciones morales, los valores ciudadanos, son imprescindibles.
En nuestro país vivimos un revuelo político y social, desde hace meses, quizás años. Permanecer indiferentes es inmoral. Apoyar al más fuerte (más mediático) al margen de la ley, es inmoral. Justificar la manipulación y la mentira es inmoral. En tiempos de Tomás Moro, por miedo a desafiar al rey abusivo, la mayoría de la corte firmó el rechazo de la autoridad Papal. Incluso hubo eclesiásticos que firmaron a favor de Enrique VIII; escogieron dar al César y no dar a Dios. Seamos críticos y tomemos posición efectiva, no ideológica, en los grandes debates de nuestro tiempo. Cultivemos convicciones que tomen posición a favor de la dignidad humana, la vida, la familia, la verdad, el bien. Se extrañan las voces que sintonicen con las últimas palabras de Tomás Moro antes del momento fatídico de su ejecución, palabras con las que el santo nació para la eternidad: “muero como fiel súbdito del rey, pero primero de Dios”. Primero, de Dios.
Ánimo, bendiciones.
[1] Wikipedia: “Pensador, teólogo, político, humanista y escritor inglés, que fue además poeta, traductor, lord canciller de Enrique VIII, profesor de leyes, juez de negocios civiles y abogado. Su obra más famosa es Utopía, donde busca relatar la organización de una sociedad ideal, asentada en una nación en forma de isla del mismo nombre. Además, Moro fue un importante detractor de la Reforma protestante y, en especial, de Martín Lutero y de William Tyndale.
En 1535 fue enjuiciado por orden del rey Enrique VIII, acusado de alta traición por no prestar el juramento antipapista frente al surgimiento de la Iglesia anglicana, oponerse al divorcio con la reina Catalina de Aragón y no aceptar el Acta de Supremacía, que declaraba al rey como cabeza de esta nueva Iglesia. Fue declarado culpable y recibió condena de muerte. Permaneció en prisión en la Torre de Londres hasta ser decapitado el 6 de julio de ese mismo año. Moro fue beatificado en 1886 y canonizado en 1935, junto con Juan Fisher, por la Iglesia católica, que lo considera un santo y mártir. Por su parte, la Iglesia anglicana lo considera un mártir de la Reforma protestante, incluyéndolo, en 1980, en su lista de santos y héroes cristianos”.