“Hagan esto en conmemoración mía” (Lc 22,19) Delante de Jesús Eucaristía, el Amor de los amores, vamos a meditar sobre cómo vivir la Santa Misa. Esto nos lleva a recorrer todas las partes de la Misa e ir explicando su razón de ser y cómo tenemos que vivirlas. Nunca estará de más afirmar que la Santa Misa tiene valor infinito: es la actualización del Sacrificio de Cristo, es la máxima presencia de Cristo en la tierra, es la mayor comunión con Cristo.
Antes de que reflexionemos sobre lo que es la celebración eucarística nunca estará de más afirmar la necesidad de cuidar unos detalles: la puntualidad, el recogimiento y la forma de vestir. En cuanto a la puntualidad debemos estar en el templo antes de que empiece la celebración, el recogimiento exige el “silencio sagrado”, uno no entra a la Iglesia a “cotorrear” sino a conversar con Dios. Por su parte, la forma de vestir expresa el profundo respeto a la Casa de Dios. Asimismo, es importante recomendar que antes de la Misa podemos rezar oraciones que disponen nuestro corazón para acoger a Jesús. Por ejemplo, tenemos esta oración. “Señor que viva esta Misa como mi primera Misa, como mi única Misa y como mi única Misa”.
Ritos iniciales
Empecemos por los ritos iniciales. Empezamos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Esto nos está diciendo que toda la Santa Misa es opus trinitatis, obra de la Trinidad. A lo largo de la celebración nos dirigimos al Padre por el Hijo en el Espíritu Santo. ¿A quién se dirige todas las oraciones? Al Padre por Jesús con la fuerza vivificadora del Paráclito. Tomemos conciencia que desde que comienza la Santa Misa hasta que acaba estamos sumergidos en el Misterio de la Trinidad. Cada persona divina está actuando en la celebración.
El saludo inicial más común es “El Señor esté con ustedes”. Es una expresión bíblica y muy bonita. Hermanos, el Señor de verdad está con nosotros. Más aún, dice Rm 8,31: “Si Dios está con nosotros ¿quién contra nosotros?”. Toda la Misa es una comunión con el Señor. Ustedes responde, “y con tu Espíritu”. No es “su espíritu”. Es el Espíritu que unge al sacerdote, es el Espíritu Santo quien ha ungido al sacerdote para que sea otro Cristo. Recemos por los sacerdotes para que siempre se dejen guiar por el Espíritu Santo y vivan como verdaderos ungidos siendo fieles hasta la muerte.
El rito penitencial llevar a rezar el Yo confieso, ahí nos golpeamos el pecho, y el Señor ten piedad. Estas oraciones no son un “saludo a la bandera”. En verdad, queridos hermanos, tenemos que vivir ese momento penitencial pidiendo perdón de corazón a Dios. Dice el Salmo 51[50], 19: “Un corazón contrito y humillado tú no lo desprecias”. Tenemos que imitar al ciego Bartimeo que decía: “Jesús, Hijo de David ten piedad de mí” (Mc 10,47). Es bueno aclarar que el rito penitencial borra los pecados veniales, pero no los mortales. Nunca estará de más enfatizar la necesidad de confesarnos sacramentalmente cuando hay pecados graves o mortales.
Los domingos, fiestas y solemnidades se canta o reza el himno del Gloria. Es un himno de alabanza a Dios. Y otra vez nos lleva a la Trinidad. Damos Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor (cf. Lc 2,14). Ese Dios es Trinidad y por eso le cantamos al Padre Todopoderoso, a Jesucristo, Señor Dios Cordero de Dios Hijo del Padre, y al Espíritu Santo en la gloria de Dios Padre. ¿A qué nos lleva entonar el Gloria? A dar gloria a Dios con nuestra vida. A ser santuarios vivos de la Trinidad. A vivir como buenos hijos de Dios Padre, hermanos de Cristo, templos vivos del Espíritu Santo. Sería incoherente que cantemos el himno del Gloria el domingo y que en los días de la semana con una vida incoherente profanemos el santo nombre de Dios.
Los ritos iniciales acaban con la oración colecta que empieza con el Oremos. Se llama así porque el sacerdote recoge todas las oraciones de los fieles.
Hermanos, ¿por quién estamos rezando en la Santa Misa? Todos en la celebración participamos y cada uno debe ir con intenciones concretas. No nos cansemos de pedir al Señor con fe por nuestras necesidades (cf. Mt 7,7).
La liturgia de la Palabra
Al terminar los ritos iniciales pasamos a la Liturgia de la Palabra. Las misas diarias tienen una primera lectura, un salmo y el Evangelio. Los domingos y solemnidades se nos ofrecen dos lectura, el salmo y el Evangelio. Y a lo largo de dos años de misas diarias –de lunes a sábado- y de tres años de misas dominicales, la Iglesia prácticamente ofrece toda la Sagrada Escritura. Por tanto, es falso cuando los hermanos cristianos no católicos dicen que la Iglesia Católica no aprecia la Biblia.
En el Concilio Vaticano II se dijo: “La Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de la palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, sobre todo en la Sagrada Liturgia. Siempre las ha considerado y considera, juntamente con la Sagrada Tradición, como la regla suprema de su fe, puesto que, inspiradas por Dios y escritas de una vez para siempre, comunican inmutablemente la palabra del mismo Dios, y hacen resonar la voz del Espíritu Santo en las palabras de los Profetas y de los Apóstol ” (Dei Verbum, n.21).
¡Qué importante es valorar la Palabra de Dios!. En toda Santa Misa, Dios nos alimenta con la mesa de la Palabra. El mismo Señor es el sembrador que lanza la semilla que es su Palabra y nosotros tenemos que ser la buena tierra que acoge la semilla y da fruto abundante (cf. Mt 4,4-23). Acoger la Palabra de Dios nos transforma. Cuántas conversiones se han dado cuando una persona abrió de par en par la Palabra de Dios porque es “viva y eficaz más cortante que una espada de doble filo” (Hb 4,12). Cuando se proclama la Palabra de Dios no debe desperdiciarse ni una partícula. Un propósito concreto que podemos sacar en este momento de oración es mejorar nuestra escucha de la Palabra de Dios que llevará a vivirla con radicalidad.
En relación con la Palabra de Dios está la homilía. La palabra homilía viene del verbo homilein: “conversar familiarmente”. Aquí hay dos exigencias. De parte del sacerdote está el hecho de preparar la homilía en la oración; y de parte de los fieles tenemos la exigencia de estar atentos y captar siempre el mensaje del predicador. Se recomienda que la homilía no sea demasiado larga porque si el sacerdote en diez minutos no ha movido los corazones, se “moverán” las bancas.
Luego de la homilía, cuando es domingo o una solemnidad, se reza el Credo. San Agustín (†430) dice que el Credo es como un espejo para mirarnos en él para ver si creemos de verdad y que debemos regocijarnos en nuestra fe católica. Queridos hermanos, recitar el Credo no es repetir unas fórmulas de memoria; es un compromiso a vivir con radicalidad la fe. Que quede claro que la fe no es una teoría bonita sino que se plasma en una vida cristocéntrica. Delante de Jesús Eucaristía pidámosle en este momento que nos aumente la fe.
Se termina la liturgia de la Palabra con las peticiones. Aquí quisiera hacer notar que siempre pedimos en primer lugar por el Papa, y por el obispo de la diócesis. Recemos siempre por los legítimos Pastores, no importan quiénes son, lo que importa es que están ahí porque Dios lo ha querido y necesitan nuestra oración.
Liturgia de la Eucaristía
Llegamos al corazón de la celebración que es la liturgia de la Eucaristía. El ofertorio nos lleva a presentarle al Señor, el pan fruto de la tierra y el vino fruto de la vid. Son nuestra ofrenda, nuestro esfuerzo, pero no olvidemos que lo que Dios quiere de nosotros es nuestra propia vida. Dios quiere todo tu ser, no un porcentaje. El sacerdote prepara el altar y coloca una gota de agua en el vino. ¿Qué significa esto? Esa gota de agua es signo de la humanidad que se sumergirá en la sangre redentora de Cristo. En esa gota simbólicamente estamos todos nosotros que participamos de la vida divina que trae Cristo, el Hijo de Dios que ha tomado nuestra naturaleza humana.
Cuando el sacerdote dice “Oren hermanos para que este sacrificio mío y de ustedes sea agradable a Dios, Padre Todopoderoso”, estas palabras, nos deben hacer recordar que la Misa es la actualización del Sacrificio de Cristo, y nosotros nos unimos a ese Sacrificio y debemos ser ofrendas agradables a Dios Padre por medio de Jesús.
Luego empieza la Plegaria eucarística con el prefacio: El Señor esté con ustedes / y con tu espíritu; Levantemos el corazón / Lo tenemos levantado hacia el Señor; Demos gracias al Señor nuestro Dios / Es justo y necesario; sigue una oración y acaba con el Santo. Es el momento de dar gracias a Dios porque de verdad es justo y es necesario. Hermanos, la Santa Misa es una “Acción de gracias” (Eucaristía). ¿Quieres darle gracias a Dios? Vive bien la Misa, es la mejor acción de gracias que puedes darle al Señor. Y al recitar o cantar el Santo, actualizamos el momento en que Jesús entró a la Ciudad Santa, el domingo de Ramos (cf. Mt 21,1-9; Mc 11, 1-10; Lc 19, 29-40; Jn 12, 12-15), y nos disponemos a acogerlo porque Él bajará del cielo para estar con nosotros.
Luego del Santo se invoca al Espíritu Santo y es lo que se llama la epíclesis (invocación al Espíritu Santo). En realidad a lo largo de toda la Santa Misa el Paráclito está actuando. Luego se realiza la consagración. Es el momento culmen de la Santa Misa. El sacerdote pronuncia las palabras de Jesús en la última Cena: “Tomen y coman todos de él, porque esto mi Cuerpo que será entregado… Toman y beban todos de él porque este es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la Alianza nueva y eterna que será derramada…” (cf. Mt 26,26-29; Mc 14,22-25; Lc 22,19-20; 1 Co 11,23-25). Nosotros debemos estar de rodillas y, si no podemos, nos ponemos de pie con un gran recogimiento. En la Consagración se realiza un verdadero misterio de la fe y que es la transubstanciación. El pan dejó de ser pan, el vino dejó de ser vino, quien se hace presente es el mismo Cristo glorioso con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesús. Vivamos ese momento adorando la presencia real de Jesús. Es la máxima presencia del Señor en el mundo.
Luego viene la anámnesis, el sacerdote hace memoria de la muerte y resurrección del Señor, es decir el misterio pascual de Cristo (cf. Rm 4,25) e inmediatamente se pide por el Papa, el obispo del lugar, se reza por los difuntos y se menciona a la Santísima Virgen María, a San José a los Apóstoles y a todos los santos. Fíjense cómo en la Santa Misa está toda la Iglesia. En efecto, en cada celebración eucarística se vive la comunión de los santos. Es una realidad maravillosa que aunque solo esté físicamente el sacerdote celebrando la Eucaristía, está con él toda la Iglesia. Hermanos, no estamos solos, ustedes está siempre en el Altar del Señor.
Después viene la Doxología. El sacerdote dice: Por Cristo, con Él y en Él a ti Dios Padre omnipotente en la unidad del Espíritu Santo todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Ustedes responden: Amén. Estamos llamados a vivir “por Cristo”, hacerlo todo por Él; a vivir “con Cristo”, a ser amigos de Cristo; y “en Cristo”, a estar unidos a Él como los sarmientos a la vid (cf. Jn 15,5). Es decir a tener una vida radicalmente cristocéntrica.
Rito de la comunión
Dentro del rito de comunión tenemos en primer lugar el Padrenuestro. ¡Qué importante es rezar con atención, fe y amor el Padrenuestro. Y meditemos siempre lo que decimos, no debemos rezarlo de “paporreta”. Tomemos conciencia de que cada vez que oramos el Padrenuestro, estamos obedeciendo a Jesús (cf. Mt 6,9-13): es la oración de los hijos de Dios y hacemos siete peticiones: que sea santificado el nombre de Dios, que venga su Reino, que se haga su santa voluntad en la tierra como en el cielo, que no nos falte el pan de cada día, que nos perdone nuestras ofensas, que no nos deje caer en la tentación y que nos libre del mal es decir del diablo.
Tras el Padrenuestro está el rito de la paz, que se puede obviar. Lo importante no es tanto dar la paz físicamente al que está al lado, y a veces es motivo para que algunos crean que es el “recreo”, sino ser portadores de la paz de Jesús (cf. Jn 14,27). Quien vive bien la Santa Misa luego lleva la paz de Cristo resucitado a su casa.
Al mostrar la Hostia Sagrada el sacerdote dice: Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, dichosos los invitados a la Cena del Señor, tras lo cual viene la comunión sacramental. Es importante remarcar la necesidad de estar en gracia de Dios para comulgar. Aprovechemos ese momento en que hemos recibido a Jesús Eucaristía para hacer nuestra acción de gracias, pues somos un Sagrario vivo.
Luego de la oración post comunión, el sacerdote nos da la bendición final y nos dice “pueden ir en paz”. Hay que vivir la Misa después de la Misa. ¿En qué consiste? Si nosotros hemos estado en la Santa Misa con Jesús al terminar la Misa debemos ser “Jesús” de modo que quien se encuentre con nosotros se encuentre con Jesús. Vivir lo que San Pablo nos confiesa: “Ya no soy yo quien vive es Cristo quien vive en mí” (Ga 2,20).
Queridos hermanos, hoy que hemos meditado sobre la Santa Misa vamos a pedirle a la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos ayude para que nos metamos en la celebración con todo nuestro ser, y que desde el inicio hasta el final de la Santa Misa no nos cansemos de alabar, adorar, dar gracias a Dios y pedirle con fe todo lo que necesitamos. Una oración que les invito a hacer a la Santísima Virgen María es: “Madre de Jesús y Madre nuestra, tú que eres la mujer eucarística, ayúdame a vivir cada Santa Misa con la misma atención, fe, piedad y amor con que tú participabas de las Eucaristías que celebraban los Apóstoles al inicio de la Iglesia. Amén”.