Siete años

El pasado lunes 25 de mayo cumplí mi sétimo aniversario sacerdotal. Esta semana les comparto la homilía de la Misa. Les pido una oración por todos los sacerdotes del mundo.

Hermanos en Cristo

Celebrada la Ascensión del Señor, la liturgia de esta última semana del tiempo pascual nos invita a mirar con ansias, con verdadera ilusión, la venida el Espíritu Santo en Pentecostés.

Con esa venida, la Iglesia queda lista para ser signo de Dios en el mundo.

Hoy nuestro mundo sufre mucho, se siente frágil, desconcertado. Pero Dios no se olvida de sus hijos, no pasa de largo, Él opera verdaderamente, con brazo poderoso en favor nuestro. Lo hace sobretodo en su Iglesia, con su Iglesia. Es la Iglesia, la gran familia de Dios, que ilumina al mundo con una luz que no le pertenece; como la luna cuando refleja la luz del sol, así la Iglesia irradia la gracia de Dios en esta hora difícil de pandemia.

La Iglesia es presencia de Dios en nuestros tiempos. Ella impulsada por el Espíritu de Dios, unida a la plegaria de Cristo quien es su cabeza, no deja de suplicar al Padre por la salvación de los niños y ancianos, médicos y policías. Así se muestra como un verdadero pueblo sacerdotal, que comparte lo sagrado a quienes lo buscan.

Quedémonos con esta frase: La Iglesia es pueblo sacerdotal. Me lo enseñó padre Carlos Rosell cuando fue rector durante el seminario. Qué significa la palabra sacerdote? Significa “el que da lo sagrado”. Y la Iglesia es sacerdotal, ella da lo sagrado al mundo, por los siglos de los siglos. Qué importante tener presente, que todos los cristianos, miembros de la única Iglesia de Cristo, llevamos lo sagrado a los demás.

De allí que la evangelización del mundo, de todos su espacios profanos, sea una tarea que Dios ha confiado a su Iglesia, a ti y a mí. Sí. Desde el bautismo hemos recibido las virtudes teologales, la gracia santificante, la fuerza del Espíritu Santo para iluminar a quienes han perdido el rumbo más allá de las volátiles ofertas de la tierra.

Ahora vayamos a la primera lectura. Escuchamos cómo san Pablo llega a Éfeso, pueblo pagano. Se reúne con algunos discípulos y les pregunta por su bautismo. Ellos dicen que sólo han recibido el bautismo de Juan, acción humana, primer paso de la conversión. Qué cara pondría san Pablo: les falta mucho, lo más importante, la venida del Espíritu Santo, acción divina, para ser verdaderos discípulos del Señor. San Pablo les evangeliza, reza con ellos, pide el Espíritu para sus corazones, les impone las manos y llega el espíritu que se manifiesta con el don de lenguas, quedan listos para llevar por su cuenta el Evangelio a los demás. Allí está el ejemplo de un hijo de la iglesia sacerdotal, san Pablo en ese pueblo gentil da lo sagrado con la ayuda de Dios.

Por eso me dirijo a uds, a ti, enfermera, papá, abuela, alumno. Eres católico? Cuentas con el Espíritu santo para compartir su mensaje sobrenatural con los demás. Hay muchos que necesitan esa tarea sacerdotal que todos hemos recibido, que cada uno debe realizar en donde le toque estar. Cuando alguien te llame y te diga que tiene el coronavirus, evangeliza, anímale a rezar, dale lo sagrado, reaviva su fe, invítale a buscar a Dios. Y verás como la luz de la fe, en medio de la enfermedad, de la angustia, de la muerte, es un bálsamo que acompaña como nadie, que salva para siempre.

Si alguna persona te dice que la pasa mal, dile las palabras de Jesús, las que hemos escuchado en el Evangelio de hoy: “En el mundo tendrán que sufrir, pero tengan valor, yo he vencido al mundo”.

A mí me toca ser sacerdote de un modo especial, y les confieso que muchas veces he sido testigo privilegiado de la obra de Dios en las almas. Como sacerdote, cuando en el nombre de Jesucristo, doy gratis lo que gratis recibí, los sacramentos, la gracia de Dios. Hoy cumplo siete años de ordenación sacerdotal. En un 25 de mayo, fiesta de la Santísima Trinidad, junto a siete compañeros recibí el sacramento del Orden, en la Catedral de Lima, de manos del Cardenal Cipriani.

¿Cómo han sido estos siete primeros años? Fascinantes, todos ellos. Aunque es poco lo que he aportado, es mucho lo que Dios ha hecho conmigo. Recuerdo los días de la ordenación. Había una alegría no sólo en mí, sino en mis familiares, en mis amigos, en los feligreses, una alegría desbordante. Comprendí que el sacerdocio es un regalo de Dios a su Iglesia, o sólo a mí; es Él quien se luce cuando llama a un hijo para ordenarlo sacerdote. Le da todo, y le pide una cosa: disponibilidad, fidelidad.

Los jóvenes cuando terminan el colegio escogen su carrera y se preguntan por sus propios gustos, por el sueldo que recibirán más adelante, por los planes que quisieran seguir, y está bien. Es una lógica comprensible. Los creyentes en cambio seguimos una lógica distinta, el que hace los cálculos, los planes es Dios. Uno sólo se prepara para ser capaz de seguirlos hasta el final.

Estos meses de cuarentena me he preguntado qué papel debo tener en esta situación tan difícil. A veces me gustaría ser médico para ayudar en los hospitales, o político para trabajar sin corrupción. Me gustaría tener una bodega para regalar cosas a los pobres. Se imaginan? La bodega hubiera quebrado. Porque esos planes no son los míos. Felizmente he dejado que el plan lo haga Dios, y me visto tantas veces, como sacerdote, curando almas, colaborando con las buenas costumbres, dando un ánimo más allá del optimismo humano. Y así fue Dios quien me regaló la satisfacción de todos mis anhelos. Soy sacerdote, para dar lo sagrado, hoy y siempre.

Por eso al celebrar la santa Misa, rezo por mi seminario de Santo Toribio, por sus formadores y directores espirituales, los de antes y los de ahora, pido por las vocaciones. Que no falten vocaciones en su iglesia, que no falte la alegría de las vocaciones en nuestra comunidad parroquial.

Y para terminar quiero decirle a Dios que cuente conmigo, siempre. Hoy celebro su fidelidad, la que Él ha tenido para conmigo. Quiero pedirle que me ayude a dar lo mejor, cada día. Quiero pedirle más que nunca lo que me aconsejó una vez monseñor Pachi, obispo franciscano a quien queremos mucho aquí. Él me dijo que la compasión y la misericordia son las virtudes de un buen sacerdote. Compasión y misericordia. Ayúdenme con su oración a conseguir estas virtudes para ser un buen sacerdote. Ya que Dios me hizo su sacerdote, quiero ser uno bueno, y para siempre.

Así sea.

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