El gran olvidado

Llegamos a la recta final de la cuarentena. Aquí en el Santuario vamos ensayando muchas formas de trabajo para iniciar la progresiva apertura de la Iglesia a fin de restablecer la vida parroquial. ¡Tranquilos! será poco a poco, conscientes de la pandemia, así como de la necesidad de contar con la aprobación civil y eclesiástica, así tiene que ser.

¿Cómo prepararnos para el gran reto de abrir la Iglesia cuando precisamente las probabilidades de contagio son mayores? Pues podemos aprovechar las experiencias de las semanas pasadas.

Por un lado sabemos de la limpieza personal al salir y al regresar a casa. El alcohol para las manos, los felpudos con desinfectante para el calzado ya se han convertido en el nuevo ritual de bienvenida al hogar.

Además están los nuevos hábitos de compras. Siempre con mascarilla, bien puesta sobre boca y nariz, anticipando los sitios menos concurridos, y previendo la purificación de envases y bolsas antes de reingresar con las compras a casa.

Hay quienes parecen más astutos y acuden al pratiquísimo delivery. Sólo que cuando llega el repartidor, viene a la mente las preguntas ¿de dónde vendrá? ¿habrá cuidado su limpieza? ¿y si estornudó en el camino? Así, la cómoda tranquilidad se esfuma con las dudas aparecidas en nuestra imaginación.

Hay que aceptarlo: es imposible plantar una lucha perfecta contra las bacterias y los virus. Lo hemos escuchado tantas veces: ¿cuántos microbios hay en un cepillo de dientes? ¿cuántos en la suela de los zapatos? ¿cuántos en las mascotas? Habitualmente vivimos rodeados de organismos infecciosos, y por eso contamos con la propia línea de defensa, aquella que estamos descuidando a la hora de plantearnos qué hacer cuando se termine la cuarentena. Debemos salir a trabajar, y apenas crucemos la puerta de casa, allí estará el coronavirus ¿Quién podrá defendernos? Pues… nuestras defensas de siempre; ellas serán las primeras aliadas. A la impostergable necesidad de salir a la vida, se le planta lucha feroz, no solos, sino con ese gran olvidado, nuestro sistema inmunológico.

Sí ¿Lo recuerdas? Seguramente de una clase escolar. Nuestro cuerpo tiene su propio sistema de defensas que detecta los virus invasores, lucha contra ellos todos los días, y asegura nuestra supervivencia. Y pienso que estamos olvidando a este gran aliado de la vida “limpia”, cuando abandonamos los hábitos saludables que habíamos adoptado. El ejercicio físico, la comida saludable, la luz solar y el aire fresco son tan importantes para nuestra vida, no sólo porque nos relajan, o nos ilusionan con una próxima apariencia fitness, sino principalmente porque robustecen nuestro sistema inmunológico, hoy en día, la primera defensa contra el coronavirus.

Ciertamente no es mi intención minimizar la gravedad del nuevo virus. Se ha llevado muchas vidas en nuestro país y en el mundo. No hay vacuna ni la habrá en varios meses, quizás años. Pero nuestras reacciones cómodas prefieren asegurar la propia lucha contra la Pandemia con lo que se puede comprar, que con lo que supone esfuerzo y virtud de nuestra parte. No podemos escoger ducharnos diariamente con alcohol, o comprar burbujas plásticas para encerrarnos en ellas un tiempo indefinido. Mal asunto si lo primero que hacemos al recuperar nuestra libertad de movimiento es hacer cola para comprar pollo a la brasa  o cajas de cerveza, con el respeto que se merecen los vendedores y consumidores aludidos. Hay que buscar la vida saludable más que nunca. Y para eso es importante evitar los excesos de grasas y azúcares, los excesos de cigarrillos y alcohol, los excesos que son opuestos a las virtudes. Más bien debemos mantener un moderado ejercicio físico, para robustecer nuestro bendito sistema inmunológico.

Contra el COVID-19 debemos sacar lo mejor de nosotros mismos y la creación de Dios nos dio un sistema para protegernos. Por eso, la vida saludable y virtuosa se convierte también en una obligación casi moral.

Lo sé, no es fácil; principalmente por los vicios que habíamos adoptado en la vieja normalidad. También lo es porque la pandemia y sus incertidumbres nos descubren vergonzosamente débiles y ansiosos de seguridades. Pero no olvidemos que la salud del cuerpo, y del alma, están a nuestro alcance. Siempre se puede avanzar en el sentido saludable. No puedo dejar de mencionar a tantos hermanos que tienen dificultades mucho mayores a las nuestras: enfermos, sin trabajo, solos, con salud en riesgo. Si nuestras condiciones son un poco mejores para afrontar esta Pandemia hagamos un uso responsable de ellas: busquemos la vida virtuosa y saludable, y procuremos ser solidarios con los que están a nuestro alrededor. Allí también se mide nuestra responsabilidad.

Por eso, si compras alcohol en gel, si friccionas reiterativamente las plantas de los zapatos, ojo, no te olvides de mejorar también tu alimentación (frutas y verduras), no te olvides del ejercicio físico en casa. Inténtalo.  No todo se arregla con lo que puedes comprar. Insisto, inténtalo. Así estaremos mejor armados contra lo que amenace nuestra salud. Porque hasta para evitar los perniciosos contagios, la virtud es nuestra aliada.

Ánimo, bendiciones.

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