Lavarse las manos

La pandemia del coronavirus nos ha cambiado la vida. La OMS y el Ministerio de Salud de nuestro país nos exhortan a adoptar nuevas costumbres, nuevos hábitos de limpieza, a fin de contrarrestar los efectos nocivos del virus enemigo.

Los nuevos hábitos van desde la distancia de un metro con otras personas, hasta evitar aglomeraciones, dejar zapatos en las puertas, usar guantes y mascarillas (algunos ya las usan personalizadas) y definitivamente lavarse las manos todas las veces que se pueda.

Hay quienes escrupulosamente se lavan las manos cada diez minutos, y también los que prefieren el uso práctico del alcohol en gel. Lo importante es asegurar la limpieza de las manos, las cuales nos asisten en casi todas nuestras actividades cotidianas. Y es que usamos las manos para lavar, cocinar, escribir, ordenar, rezar, señalar, tomar, saludar, y un larguísimo etcétera… ¡Qué valiosas nuestras manos para vivir!

Hoy en día lavarse las manos es señal ya no solo de higiene personal, sino también de responsabilidad en el contexto de Pandemia. Ahora bien, hay otro significado de “lavarse las manos” que lejos de ser ejemplar, es más bien señal de cobardía y mezquindad. Me refiero al lavado de manos de Poncio Pilato, gobernador romano, quien con el gesto pasó a la historia por su indiferencia ante la sentencia de muerte de Jesús. Una canallada, porque en realidad, si bien es cierto que el pueblo amotinado pedía la crucifixión del Salvador, la petición se dirigió a Pilato porque solamente él tenía la autoridad para concretarla. Allí no se buscó el bien común para proteger al inocente, sino que se escogió el bien propio, el de Pilato, para no asumir el deber de poner orden en aquella sociedad. Por más agua (o jabón) que usara Pilato al lavarse las manos en el momento crucial del juicio de Jesucristo, a los ojos de la humanidad es inequívoco juzgar la acción de Pilato como un gesto de decepcionante cobardía.

Ahora bien, si vemos unos instantes antes del vergonzoso lavatorio de manos, durante el diálogo con Jesús, en el Evangelio según san Juan (cf. Jn 18, 38), Pilato pregunta: qué es la verdad. No es una interrogante interesada en hallar la respuesta satisfactoria, sino más bien una ironía, una burla. Podríamos decirla de otra manera: a quién le importa la verdad? Visto así, Pilato no tienen ningún interés por la verdad. Si estuviera en nuestros tiempos, sería de los que repetiría: “cada quien tiene su verdad”. Y cuando la verdad no importa, entonces tampoco importa el bien, la belleza, lo moral. Por el contrario, la realidad se interpreta de modo antojadizo, se vuelve de moda la justificación subjetiva de los propios errores, y se acepta la posición inútil de quien lo juzga todo, pero nunca reconoce su parte en lo retos de la vida. Pilato se lavó las manos y se quedó tan tranquilo… en su conciencia, aquella funesta sentencia es culpa de los demás, y ciega su mirada a la evidente realidad: no tuvo el coraje de asumir su responsabilidad, su lugar en la historia, y no fue capaz de defender al inocente como le sugiere su posición de autoridad.

Con todo, si miramos las cosas que vienen sucediendo en nuestro día a día, no sólo por la pandemia, sino por la cultura líquida de nuestro siglo, podemos comprobar la tendencia a lavarse las manos para acabar con el virus COVID 19, pero también para sacudirse las consecuencias de las propias decisiones, “sacar cuerpo” cuando las “papas queman”, victimizarse a fin de subirse sobre el propio ego, colocarse el letrero de “yo lo sé todo”, y  dictar duras sentencias contra los que piensan diferente. Mientras no reconozcamos la necesidad de llegar a la verdad de las cosas, de las circunstancias, de la vida, seremos culpables de lavarnos las manos para no asumir nuestra responsabilidad hoy. Hay una relación entre verdad y moral por la que pasa necesariamente la curación de nuestra sociedad. ¿Te parece que alguien de tu entorno no te dice la verdad? Casi seguro que por allí encontrarás corrupción.

Por tanto, hay que cambiar el mal hábito de lavarse las manos de la propia responsabilidad. Los hombres y las mujeres del siglo XXI, los que hoy mismo convivimos con la pandemia, debemos recordar que estamos llamados a ser los ciudadanos que no se cansan de buscar la verdad. Lavarse las manos, contra el virus, sí; contra la realidad, quisiéramos, nunca.

Ánimo, bendiciones.

Related Posts