La Santísima Virgen María y Santa Faustina

“María, Tu eres la alegría, porque por medio de Ti, Dios descendió a la tierra y a mi corazón” (Diario n.40).

Delante de Jesús Eucaristía, el Amor de los amores, vamos a meditar sobre la Virgen y Santa Faustina Kowalska.  Quisiera empezar por el número 564 del Diario: “El día de la Inmaculada Concepción de la Virgen. Durante la Santa Misa oí el susurro de ropas y vi a la Santísima Virgen en un misterioso, bello resplandor.  Tenía una túnica blanca con una faja azul y me dijo: Me das una gran alegría adorando a la Santísima Trinidad por las gracias y los privilegios que me ha concedido, y desapareció enseguida”.

La Virgen está contenta cuando nosotros reconocemos las maravillas que Dios ha obrado en Ella. Por eso, en primer lugar, vamos a adorar y dar gracias a la Santísima Trinidad por haber creado a la Virgen como su obra maestra. Ahora, iremos recorriendo algunos números del Diario donde Santa Faustina nos habla de la Virgen y enfatizaremos en unas enseñanzas concretas, en total les propongo 7 puntos. 

1. María, compañera del camino

Leemos en el número 25 del Diario: “Durante la noche me visitó la Madre de Dios con el Niño Jesús en los brazos.  La alegría llenó mi alma y dije: María, Madre mía, ¿sabes cuánto sufro?  Y la Madre de Dios me contestó: Yo sé cuánto sufres, pero no tengas miedo, porque yo comparto contigo tu sufrimiento y siempre lo compartiré.  Sonrió cordialmente y desapareció.  En seguida mi alma se llenó de fuerza y de gran valor”.

Toda la vida de Santa Faustina está marcada no solo por la presencia visible del Señor de la Divina Misericordia, sino también por la compañía de María. Podemos decir que Santa Faustina recorrió su camino por este mundo de la mano de Jesús y de María. Y ella experimentó que María es la mejor compañera. Qué actual lo que le dice la Virgen a Santa Faustina: “yo comparto contigo el sufrimiento”. María está con nosotros. Hoy el Corazón de María sufre con nosotros y por nosotros, ella ve nuestras vivencias y esfuerzos (cf. Diario n.798). Aprendamos de Santa Faustina a no sentirnos solos, Jesús y María están a nuestro lado.  Madre Santísima, al igual que lo hizo Santa Faustina, nosotros te queremos tener como compañera de nuestro camino.

2. María, nuestra intercesora

En el número 32 del Diario, leemos cómo Jesús le dice a Santa Faustina que haga una novena de adoración y le indica esto: “intenta unir tu oración con Mi Madre.  Reza con todo corazón en unión con María”. Nos relata Santa Faustina que estaba haciendo esa novena pedida por Jesús por su patria y dice: “En el séptimo día de la novena vi a la Madre de Dios entre el cielo y la tierra, con una túnica clara. Rezaba con las manos junto al pecho, mirando hacia el cielo.  De su corazón salían rayos de fuego, algunos se dirigían al cielo y otros cubrían nuestra tierra” (Diario n.33).

Santa Faustina contempla a la Madre de Dios en oración. El mismo Jesús le dice a Faustina, reza “con mi Madre”. Hagámosle caso a Jesús, nuestra oración tiene que ser en comunión con María, la Madre de Jesús, pues Ella es la primera intercesora ante Él. Qué poderosa es la intercesión de María, es la mediadora en el único mediador, Cristo (cf. 1 Tm 2,5). El Catecismo de la Iglesia dice que la oración de la Iglesia está sostenida por la oración de María (cf. CEC n.2679).

Juntemos nuestras  manos al igual que lo hace la Virgen y elevemos plegarias a Jesús, el Señor de la Divina Misericordia.  Madre Santísima, al igual que Santa Faustina, nosotros te consideramos como la primera intercesora ante Jesús.

3. María, guardiana de nuestra pureza

El número 40 del Diario nos dice: “Una vez durante la Santa Misa sentí la cercanía de Dios de un modo muy particular, a pesar de que me defendía de Dios y le daba la espalda.  A veces rehuía de Dios porque no quería ser víctima del espíritu maligno, dado que más de una vez me habían dicho que lo era.  Esta incertidumbre duró mucho tiempo. Durante la Santa Misa, antes de la Santa Comunión, tuvo lugar la renovación de los votos. Al levantarnos de los reclinatorios empezamos a repetir la fórmula de los votos y de repente, el Señor Jesús se puso a mi lado, vestido con una túnica blanca, ceñido con un cinturón de oro y me dijo: Te concedo el amor eterno para que tu pureza sea intacta y para confirmar que nunca experimentaras  tentaciones impuras.  Jesús se quitó el cinturón de oro y ciñó con él mis caderas. Desde entonces no experimento ningunas turbaciones contrarias a la virtud, ni en el corazón ni en la mente.  Después comprendí que era una de las gracias más grandes que la Santísima Virgen Maria obtuvo para mí, ya que durante muchos años le había suplicado recibirla.  A partir de aquel momento tengo mayor devoción a la Madre de Dios. Ella me ha enseñado a amar interiormente a Dios y cómo cumplir su santa voluntad en todo.  Maria, Tu eres la alegría, porque por medio de Ti, Dios descendió a la tierra y a mi corazón.

Todos debemos vivir la santa pureza. Es la virtud que nos trae el buen olor de Cristo (2 Co 2,15). Jesús nos ha dicho “Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8). En la vida de Santa Faustina aprendemos cómo la Virgen le ayudó a practicar esta virtud. Conviene decir que la castidad no es una represión, sino una verdadera liberación, pues la pureza nos hace libres para amar de verdad, amar limpiamente, porque el amor o es limpio o  no es verdadero amor. Gracias a la castidad, damos gloria a Dios con nuestra sexualidad (1 Co 6,19-20). Madre Santísima, hoy te pedimos que así como ayudaste a Santa Faustina, nos ayudes a vivir limpiamente.

Acudamos a la Santísima Virgen como lo hizo Santa Faustina así: “Oh Maria, Virgen Inmaculada, tómame bajo Tu protección más especial y custodia la pureza de mi alma, de mi corazón y de mi cuerpo.  Tú eres el modelo y la estrella de mi vida” (Diario n.874).

4. María quiere nuestra consagración

El número 79 nos indica una oración de consagración que hizo Santa Faustina: “Oh Maria, Madre y Señora mía.  Te ofrezco mi alma y mi cuerpo, mi vida y mi muerte y todo lo que vendrá después de ella.  Pongo todo en tus manos, oh mi Madre.  Cubre mi alma con tu manto virginal y concédeme la gracia de la pureza de corazón, alma y cuerpo.  Con tu poder defiéndeme de todo enemigo, especialmente de aquellos que esconden su malicia bajo una máscara de virtud.  Oh Espléndida Azucena, Tu eres mi espejo, oh mi Madre”.

Cuando Santa Faustina hace sus votos perpetuos le dice a Jesús: “Hoy no me negarás nada” y le hace tres peticiones: por la Iglesia, por su congregación y por las almas que más necesitan, los agonizantes y las almas del purgatorio. Ese día, Santa Faustina hace una entrega a la Virgen. Leemos en el número 240:Oh Madre de Dios, Santísima Maria, Madre mía, Tu ahora eres mi Madre de modo más particular y esto porque Tu amado Hijo es mi Esposo, pues los dos somos Tus hijos.  Por consideración a Tu Hijo, debes amarme, Oh Maria, Madre mía amadísima, dirige mi vida interior de modo que sea agradable a Tu Hijo”.

Más adelante, cuando tiene la oportunidad de ir al Santuario de Częstochowa, tiene una visión de la Virgen, ahí experimenta que es como una niña ante Ella (cf. Diario n.260). En el número 1388, Santa Faustina indica que el padre Andrasz es un verdadero hijo de Dios porque “una devoción especialísima a la Madre de Dios”. En el número 1414, la Virgen le dice a Santa Faustina: “he de ser tu Madre de modo exclusivo”.

Santa Faustina se consagró a la Virgen. ¿Nosotros nos hemos consagrado a María? Claro que sí. El día de nuestro Bautismo ya nos hemos consagrado a María, porque todo bautizado es hijo de Dios (Cf. Rm 8, 15-17; Ga 4,6-7) e hijo de María (Cf. Jn 19,26-27), en efecto, todo cristiano tiene la filiación divina y la filiación mariana.  ¿Estamos viviendo nuestra consagración a María? ¿Soy todo de María? Cada día hagamos todo por María, con María, en María y para María y así estaremos viviendo nuestra consagración. Aprendamos de Santa Faustina a ser buenos hijos de María. Madre Santísima,  te entrego como lo hizo Santa Faustina, todo mi ser para que lo presentes a Jesús.

5.  María, Maestra del dolor

El número 315 del Diario nos presenta esta oración de Santa Faustina: “Oh Madre de Dios, Tu alma estuvo sumergida en el mar de amargura, mira a Tu niña y enséñale a sufrir y a amar en el sufrimiento.  Fortalece mi alma, para que el dolor no la quebrante.  Madre de la gracia, enséñame a vivir en Dios.

Además, nos dice Santa Faustina en el número 316: “Una vez me visitó la Virgen Santísima.  Estaba triste con los ojos clavados en el suelo; me dio a entender que tenía algo que decirme, pero por otra parte me daba a conocer como si no quisiera decírmelo.  Al darme cuenta de ello, empecé a pedir a la Virgen que me lo dijera y que volviera la mirada hacia mí.  En un momento Maria me miró sonriendo cordialmente y dijo: Vas a padecer ciertos sufrimientos a causa de una enfermedad y de los médicos, además padecerás muchos sufrimientos por esta imagen, pero no tengas miedo de nada.  Al día siguiente me puse enferma y sufrí mucho, tal y como me lo había dicho la Virgen, pero mi alma está preparada para los sufrimientos. El sufrimiento es el compañero permanente de mi vida.

La vida de Santa Faustina estuvo marcada por el dolor. No olvidemos que nosotros caminamos por un valle de lágrimas. En este caminar marcado por las lágrimas, la Madre de Dios está con nosotros, no nos deja, está a nuestro lado. Contemplemos a la Madre Dolorosa, meditemos en los dolores de María y cómo Ella se unió al Sacrificio de su Hijo y se hizo víctima en la única víctima, Cristo Jesús (Cf. Jn 19,25-27).

Santa Faustina abrazó con fortaleza la cruz y para ello se apoyó en la Virgen. Acudamos en los momentos de dolor a María así: “Dulce Maria, une mi alma a Jesús, porque sólo entonces podré resistir todas las pruebas y tribulaciones, y sólo mediante la unión con Jesús, mis pequeños sacrificios complacerán a Dios. Dulcísima Madre, continúa enseñándome sobre la vida interior.  Que la espada del sufrimiento no me abata jamás.  Oh Virgen pura, derrama valor en mi corazón y protégelo” (Diario n.915).

6. María, nuestra instructora y modelo

En el número 620 del Diario leemos: “Maria es mi instructora que me enseña siempre cómo vivir para Dios. Mi espíritu resplandece en Tu dulzura y humildad, oh Maria”. La Madre de Dios va educando a Santa Faustina y le indica cómo debe prepararse para la Navidad: “Hija mía, procura ser mansa y humilde para que Jesús que vive continuamente en tu corazón pueda descansar.  Adóralo en tu corazón, no salgas de tu interior.  Te obtendré, hija mía, la gracia de este tipo de la vida interior, que, sin abandonar tu interior, cumplas por fuera todos tus deberes con mayor aplicación.  Permanece continuamente con Él en tu corazón.  Él será tu fuerza.  Mantén el contacto con las criaturas si la necesidad y los deberes lo exigen.  Eres una morada agradable a Dios viviente, en la que Él permanece continuamente con amor y complacencia, y la presencia viva de Dios que sientes de modo más vivo y evidente, te confirmará, hija mía, en lo que he dicho.  Trata de comportarte así hasta el día de la Navidad, y después Él Mismo te dará a conocer cómo deberás tratar con Él y unirte a Él” (Diario n.785). ¿Cómo responde Santa Faustina? En el número 843 nos indica: “Cuánto más imito a la Santísima Virgen, tanto más profundamente conozco a Dios”.

Santa Faustina tomó a María Santísima como instructora. Es decir como Maestra. El mejor maestro es el que enseña con su propia vida.  María  nos enseña a centrar nuestra vida en Dios, Ella nos muestra que la felicidad está en Dios, Ella nos revela la belleza de la vida cristiana. Aprendamos de Santa Faustina a hacer de la Virgen nuestra instructora, la que nos enseña qué es la fe, qué es la esperanza, qué es la caridad, qué es la humildad, qué es la obediencia, etc.

Además, como buena instructora, la Virgen le dio una “tarea” a Santa Faustina: que hable de la Divina Misericordia. Al respecto leemos en el número 635: “Oh, cuán agradable es para Dios el alma que sigue fielmente la inspiración de su gracia. Yo di al mundo el Salvador y tú debes hablar al mundo de su gran misericordia y preparar al mundo para su segunda venida.  Él vendrá, no como un Salvador Misericordioso, sino como un Juez Justo.  Oh, qué terrible es ese día.  Establecido está ya es el día de la justicia, el día de la ira divina.  Los ángeles tiemblan ante ese día.  Habla a las almas de esa gran misericordia, mientras sea un el tiempo para conceder la misericordia.  Si ahora tú callas, en aquel día tremendo responderás por un gran número de almas.  No tengas miedo de nada, permanece fiel hasta el fin, yo te acompaño con mis sentimientos”.

Hoy delante de Jesús Eucaristía, tomemos a María como nuestra instructora y modelo, además hagamos la tarea que nos ha dejado: proclamar la Divina Misericordia a tiempo y a destiempo. 

7. María, mujer eucarística

Son varios los números donde la Virgen se le aparece a Santa Faustina dentro de la celebración de la Santa Misa.  De esta manera, aprendemos la relación entre María y la Eucaristía.  Así por ejemplo nos dice Santa Faustina en el número 805: “Desde la mañana temprana sentía la cercanía de la Virgen Santísima.  Durante la Santa Misa la vi tan resplandeciente y bella que no encuentro palabras para expresar ni siquiera la mínima parte de su belleza.  Era toda blanca, ceñida con una faja azul, el manto también azul, la corona en su cabeza, de toda la imagen irradiaba un resplandor inconcebible.  Soy la Reina del cielo y de la tierra, pero especialmente la madre [de su Congregación].  Me estrechó a su corazón y dijo: Yo siempre me compadezco de ti…”.

Además en el número 843 leemos: “Hoy, durante la Santa Misa estuve particularmente unida a Dios y a su Madre Inmaculada. La humildad y el amor de la Virgen Inmaculada penetraron mi alma.  Cuanto más imito a la Santísima Virgen, tanto más profundamente conozco a Dios.  Oh qué inconcebible anhelo envuelve mi alma. Oh Jesús, ¿cómo puedes dejarme todavía en este destierro?  Me muero del deseo por Ti, cada vez que tocas mi alma, me hieres enormemente.  El amor y el sufrimiento van juntos, sin embargo no cambiaría este dolor que Tú me produces por ningún tesoro, porque es el dolor de deleite inconcebible y es la mano amorosa que produce estas heridas a mi alma”.

Hay que remarcar la presencia de María en la Santa Misa. Vivamos la celebración en compañía de la Virgen. Un propósito que podemos sacar es vivir la Misa con María. Ella nos ayudará a meternos en la celebración eucarística. De esa manera nos meteremos en la celebración con todo nuestro ser.  Además, Santa Faustina recibió de la Virgen siempre el énfasis de valorar la comunión eucarística.

El número 1114 del Diario nos presenta a María como aquella que nos prepara para recibir correctamente la Sagrada Comunión. “Hoy sentí la cercanía de mi Madre, la Madre Celestial.  Antes de cada Santa Comunión, ruego fervorosamente a la Madre de Dios que me ayude a preparar mi alma para la llegada de Su Hijo y siento claramente su protección sobre mí.  Le ruego mucho que se digne incendiar en mi el fuego del amor divino con el ardía su puro corazón en el momento de la Encarnación del Verbo de Dios”.

En el número 325 del Diario nos encontramos con estas palabras de la Virgen a Santa Faustina: “Hija mía, exijo de ti oración, oración y una vez más oración por el mundo, y especialmente por tu patria.  Durante nueve días recibe la Santa Comunión reparadora, únete estrechamente al sacrificio de la Santa Misa. Durante estos nueve días estarás delante de Dios como una ofrenda, en todas partes, continuamente, en cada lugar y en cada momento, de día y de noche, cada vez que te despiertes, ruega interiormente. Es posible orar interiormente sin cesar.

María pide la comunión reparadora, no hay nada más valioso para la vida cristiana que la Sagrada Eucaristía. Cuando comulgamos nos convertimos en sagrarios vivos, podemos ser verdaderos reparadores expresándole a Jesús el amor que le tenemos y consolarle por las veces que eso ofendido. 

Terminemos nuestra meditación con una oración muy hermosa que hizo Santa Faustina y que podemos leer en el número 1232 y fue compuesta en Cracovia el año 1937:

Oh dulce Madre de Dios, Sobre Ti modelo mi vida, Tú eres para mí una aurora radiante, Admirada me sumerjo toda en Ti. Oh Madre, Virgen Inmaculada, En Ti se refleja para mí el rayo de Dios. Tú me enseñas cómo amar a Dios entre tormentas, Tú eres mi escudo y mi defensa contra el enemigo.

P. Carlos Rosell De Almeida

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