Cumpleaños de ramos

Comenzamos la Semana Santa con la celebración del domingo de ramos. Por gracia de Dios fue también mi cumpleaños. Siguiendo la directiva del gobierno por la pandemia del Coronavirus sólo pude celebrar una Misa, a puertas cerradas, en compañía de padre Carlos Rosell, y transmitida por Facebook Live, la misma que fue seguida por más de 600 personas. En este contexto me parece conveniente compartirles la homilía de la Misa con la que comenzamos la Semana Santa aquí en nuestra comunidad parroquial del Señor de la Divina Misericordia, la misma que transcribo a continuación.

Acabamos de escuchar la lectura larga de la Pasión del Señor. De allí que también convenga hacer una larga reflexión sobre ella. La cuarentena nos da el tiempo y el espacio para que en casa, nos unamos espiritualmente a este Santuario, y juntos nos unamos al mismo Cristo, a quien contemplamos hoy entrando solemnemente a Jerusalén.

Otros domingos de Ramos hemos visto nuestras calles llenas de feligreses, quienes con sus ramos buscaban la bendición del Señor. Ciertamente la mayoría de ellos no suele ir con frecuencia a la Eucaristía dominical. Todos sabemos que el domingo de ramos debemos estar con Dios, y renovar en nuestro interior una verdad muy íntima: a pesar de todo, somos creyentes, amamos a Dios, queremos darle un lugar en nuestra vida.

Hoy desde nuestras ventanas, vemos calles vacías. No salen ni varones ni mujeres. Sin embargo nuestra fe no entra en cuarentena. Nadie nos impide adornar con ramos nuestras casas, algunos lo hicimos con papel, con cartulina. Quizás no serán ramos naturales, pero significan lo de siempre: que creemos en Dios, y confesamos que es nuestro Salvador.

Aquellos niños hebreos, con ramos de olivo, salieron al encuentro del Señor cantando a una sola voz. Nosotros cantamos y rezamos unidos en una misma transmisión. Es probable que ahora mismo también nos sigan algunos hermanos que aún no se deciden a ser hombres de fe. ¿Qué les impide a vivir de fe? Lo mismo que a veces nos pasa a nosotros, la memoria triste de ofensas y pecados, rechazos al amor a Dios y a los demás. Ciertamente llegará el momento del juicio definitivo de Dios, juicio del que nadie podrá ocultarse. Pero este domingo de ramos es más bien el momento de nuestro juicio, de juzgar que no queremos entramparnos en la tristeza de los vicios, queremos más bien la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Hoy podemos elegir tomar en serio la principal enseñanza de Dios, la misma que encierra el centro del Evangelio: Dios nos ama para siempre, pase lo que pase.

Nuestro corazón respira sereno cuando escuchamos que aun hoy, podemos elegir ser buenos creyentes y permanecer en el camino del Señor. Pero seamos honestos. Hay cosas que van más allá de nuestras elecciones. Qué ingenuos somos cuando pensamos que todo depende de nuestra voluntad, y que por tanto nuestros excesos están justificados, que nadie tiene por qué reclamarnos. Yo había pensado un cumpleaños totalmente distinto. Algunos jóvenes habían pensado un viaje de promoción 2020 distinto. Dicen por allí que algunos comieron las uvas en año nuevo pidiendo que todos los días fueran como domingo. Pero el coronavirus cambió el mundo. Del virus nadie se escapa. De derechas o de izquierdas. Pobres y ricos. Maseratis o  mototaxis. Somos vulnerables.

El padre Carlos nos recordó la otra vez que el virus, las enfermedades, son males físicos (Meditación sobre la Divina Providencia). Debemos reconocerlos y luchar contra sus efectos hasta donde podamos. Más no se puede hacer. Sin embargo hay otro tipo de mal, del que sí somos responsables, del mal moral, del mal uso de nuestra libertad, de nuestros vicios y más aún de nuestros pecados. De esos males somos culpables.

Estos días de cuarentena cuaresmal, si lo hemos tomado en serio, hemos descubierto algunos síntomas del mal moral; muchas veces pecados graves a los que simplemente nos habíamos acostumbrado. Hoy la lectura de la pasión sacude fuertemente nuestra conciencia. Salió caro reparar el mal moral de la humanidad. Costó la sangre del Justo limpiar nuestras malas elecciones. Ya no podemos sólo justificarnos o decir “todos lo hacen”, “son otros tiempos”. Como dice el dicho; “mal de muchos, consuelo de tontos”. Hoy diré “mal de necios”, que prefieren continuar con la mente adormecida de pecados. Evadir nuestra responsabilidad sólo aumenta los daños. Por eso estemos siempre despiertos y disponibles para dirigir nuestra libertad al bien mayor con todas sus consecuencias.

Tengamos presente que los pecados y sus consecuencias nunca quedan en la intimidad solamente, el mal moral afecta tarde o temprano a los demás, y más a nuestros seres queridos ¿Conoces los síntomas del pecado? No tengamos miedo; Jesucristo los conoce mejor que nadie. Él sabe de la traición de Judas por su frivolidad (robaba de la bolsa). Sabe de la negación de Pedro por su soberbia y autosuficiencia (creyó que sus fuerzas bastaban para dar la vida por Jesús). Sabe de la envidia de los fariseos por sus caprichos, siempre víctimas (sólo cuidan sus intereses personales, su buena fama). Y Jesús, como conoce los síntomas, conoce la cura. Jesucristo entrega su vida y se convierte en el antídoto  a todo mal permanente. La entrega del Señor es nuestra curación, nuestra salvación.

Estamos ahora mismo en cuarentena, Cristo nuestro salvador entra a nuestra casa, entra a nuestros corazones heridos por el pecado y el desconcierto. Nos sana, nos perdona y nos devuelve la esperanza. Nunca nos olvidemos que Él es el médico, que ha venido no por los sanos, sino por los enfermos, no por los justos sino por los pecadores. Él calma nuestra incertidumbre, mitiga nuestra soledad con la esperanza y la caridad.

¿Qué nos pides Señor al comenzar la Semana Mayor de nuestra fe? Pues que te respondamos. Debemos responder, con audacia, con entusiasmo. Nos impiden salir físicamente de nuestras casas. Ayer no salieron los varones, mañana las mujeres. Pero nuestros pensamientos, nuestro espíritu puede ir más allá de nuestras habitaciones porque creemos en Dios, y sabemos que lo que no podamos hacer, Él lo completará. Allí donde estemos cuidemos nuestra fe, elijamos apartarnos del pecado, recemos por los más necesitados. Seamos especialmente comprensivos y cariñosos con nuestros familiares y amigos. Hagamos las cosas un poquito mejor. No cedamos al aburrimiento (sentidos despiertos, espíritu dormido), al mal humor, la desilusión, la queja rápida. Respondamos a la historia de la pasión con una historia de misericordia, piedad y comprensión.

Y hoy más que nunca, en pandemia, el Señor nos hace una petición especial. Nos  pide que cuidemos a nuestros abuelos. Ellos son afectados gravemente por el virus. Otras veces nuestro amor a Dios nos llevó a cuidar de los niños no nacidos. Hoy nos lleva a cuidar de los mayores. No sólo físicamente. Muchos de ellos están asustados, otros solos. Llamar, visitar, preguntar, ponernos en su lugar está a nuestro alcance. Dios nos acompaña, siempre, pase lo que pase. Podemos responderle cuidando de nuestros abuelos con la misma intensidad, pase lo que pase. Y si tenemos una vieja pelea con ellos, nunca es tarde para cambiar, por amor al Dios bueno que no se cansa de perdonar, busquemos reconciliación para vivir la paz del Espíritu que proviene del Señor.

Comenzamos Semana Santa, como María acompañemos al Señor, día a día, paso a paso, para definir esta hora de nuestro juicio eligiendo ser creyentes coherentes, testigos alegres de la salvación de Dios. Que el Señor nos conceda esta santa gracia. Así sea.

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