Anunciar el Evangelio, pero completo

La fiesta de Pentecostés del domingo pasado fue una oportunidad para renovarnos interiormente reconociendo la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas. Como auténticos seguidores de Jesucristo, reconocemos que somos impulsados por el Espíritu de la verdad a compartir Evangelio con los hombres y mujeres de todos los tiempos.

Ahora bien, la Evangelización que nos pide el Señor, no consiste en una actividad sin contenido. Dicho Evangelio es una “buena noticia”, un saludable mensaje, concreto, que resulta indispensable para los demás. No se agota en palabras que podamos decir alguna vez, sino más bien tiene que ver con el encuentro con una Persona: Jesucristo. Él no sólo nos dictó algunas metáforas bonitas para animarnos en momentos difíciles. Jesucristo dio su vida, asumió nuestra condición humana a fin de darle un horizonte sobrenatural. De allí que la evangelización, el compartir del mensaje cristiano con todas sus implicancias, supone vivir con Cristo, vivir como Cristo, incluyendo una respuesta moral.

Tengo la impresión que cuando hablamos de “evangelizar”, con frecuencia olvidamos que implica necesariamente imitar la vida de Cristo, la cual se enseña en la moral cristiana, a la vez que se evidencia en la cotidianidad de las buenas costumbres que corresponden al seguimiento honesto del Señor. Llama mucho la atención por ejemplo cómo en el ámbito público encontramos personajes que dicen profesar la fe católica, pero aceptan comportamientos contrarios a la vida de Jesucristo. Ciertamente los católicos no nos presentamos como los perfectos, ni pretendemos arrogarnos el derecho de criticar la vida de los demás; pero somos conscientes que seguir al Señor implica vivir como Él, y nos esforzamos por corregir, primero en nosotros y luego en los que no comparten nuestra fe, aquellas actitudes que contradicen el buen ejemplo de Jesús y que por tanto contradicen el buen comportamiento de la sociedad.

Evangelizar supone practicar aquella obra de misericordia espiritual que dice: “corregir al que se equivoca”. No por sentirnos mejor, sino porque la omisión de la corrección nos convierte en cómplices, quizás anónimos, de la inmoralidad de los que hacen un nocivo uso de libertad.

La semana pasada, por ejemplo, llamó mi atención la aceptación de la hipocresía a vista y paciencia de nuestra sociedad peruana, cuando para justificar lo políticamente correcto se maquilla la verdad y se acomodan los hechos a lo que pueda ser más popular. A continuación, algunos ejemplos.

Primero. Durante el Mensaje a la nación del pasado lunes 25 de mayo, el presidente de la República del Perú reconoció la contratación de Richard Cisneros durante su gobierno como gestión “razonable” dada la cercanía que el mencionado tuvo durante su campaña electoral. Y luego el sábado 30 de mayo el mismo Señor presidente afirmó que su gobierno busca contratar “a los más capaces e íntegros, reconocidos públicamente como tales”. Para esto, la prensa peruana dio a conocer la poca calificación del Señor Cisneros, quien presionado por la prensa en su contra tuvo que renunciar a su último contrato con el gobierno. Además, por los cuestionamientos, la responsable política de la contratación tuvo que presentar también su renuncia con el objetivo de soslayar el escándalo producido ya no solo la irregular contratación mencionada, sino por la pretensión evidente del poder ejecutivo de negarse a aceptar su error. Aunque la palabra hipocresía suene bastante fuerte, no lo será en comparación a semejante conducta inmoral de tamaño presidencial.

Segundo. El jueves 28 de mayo se realizó la sesión plenaria del Congreso de la República para escuchar la presentación del Primer Ministro a fin de dar la confianza debida al gabinete en funciones. La casi totalidad de los congresistas criticaron con fuertes y floridos discursos la gestión del gobierno frente a la pandemia. Sin embargo, la sesión concluyó otorgando la confianza con una votación de 89 votos a favor, 35 en contra y 4 abstenciones. Es decir, los votos fueron contrarios a los ácidos discursos, las palabras no estuvieron en sintonía con las obras. Algunos le llaman doble moral, en todo caso con votos y quizás segundas intenciones, quedó públicamente manifiesta la incoherencia del parlamento peruano.

 Tercero. La muerte del afroamericano George Floyd a manos de un agente policial el pasado lunes 25 de mayo en Estados Unidos ocasionó una serie de manifestaciones en contra del racismo y de la violencia, todo ello en un país que sufre la mayor afectación sanitaria, económica y laboral producto del coronavirus. No obstante, dichas protestas quedan deslegitimadas cuando en lugar de justos reclamos contra los enemigos de la paz y la libertad, para conseguir tan loables fines, algunos de los manifestantes acuden a la violación de la propiedad privada, el robo y el vandalismo. Es decir, luchamos contra la violencia, con una violencia de mayores repercusiones. Rechazo el racismo y cualquier discriminación. Rechazo con mayor acento la violencia en cualquiera de sus manifestaciones. Pero no puedo justificar el ataque a la iglesia de Saint John, las boutiques de la quinta avenida y el clima de. Sería hipocresía y con mayúsculas.

Con todo, quisiera decir que rezo mucho por el acierto de nuestros gobernantes. Aquí en el Santuario ayudamos a los indigentes y auxiliamos con los sacramentos a quienes con urgencia lo necesitan. Cumplimos la cuarentena son solicitud cívica y animamos a nuestros feligreses con el hashtag #quédateencasa. Además, consideramos que las controversias técnico-políticas son campo de saludable discusión entre entendidos. Desde aquí los apoyamos conscientes que puede haber errores como en toda gestión humana. Sabemos que el enemigo es el virus, no las personas, aunque piensen diferente. Lloramos todas las muertes, rezamos por todas las autoridades. Pero también asumimos el anuncio del Evangelio con integridad y por tanto advertimos de la inmoralidad de la hipocresía, el decir una cosa y hacer otra. Buscar lo mediáticamente aceptable no puede convertirse en el recurso para evitar confrontaciones. Dejar el polvo debajo de la alfombra no es limpiar, sino postergar la tarea para otro. Sin decir la verdad, no saldremos de la crisis. Desde la fe debemos recordar el octavo mandamiento, y las consecuencias de mentir olvidando las consecuencias.

Seamos agentes de cambio. Apoyemos a nuestras autoridades en los esfuerzos por salir adelante en tiempos de pandemia, pero sin aceptar la hipocresía; llamándola por su nombre y corrigiendo lo que está mal. Quisiera señalar que quizás, un significativo aporte como católicos a nuestra sociedad es decir la verdad. Si lo conseguimos, nuestra patria ganará una mejor aliada contra el coronavirus. Cuánta razón de la beata Ana María Jahovey cuando decía que la verdad puede dolernos, pero nunca nos hará daño. Tengámoslo presente.

Anunciemos el Evangelio, pero completo. Dios lo pide. Nuestra patria lo merece.

Ánimo, bendiciones.

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